cantaré perpetuamente;
de generación en generación
haré notoria tu fidelidad
con mi boca
Salmo 89:1
Cuenta la leyenda, que una noche el rey David dejó su lira en la cabecera de su lecho. De pronto, una ráfaga de viento le arrancó hermosas melodías al instrumento. David, emocionado con el sublime sonido, buscó la manera de reproducir esta maravillosa música y dedicarla a Dios. Así nacieron los Salmos.
Los Salmos nos dan la posibilidad de apropiarnos de ellos para dedicar un momento de alabanza a Dios. Podemos leerlos o cantarlos, como si se tratara de nosotros mismo frente al Altísimo.
Cantaré. La determinación de rendir tributo a Dios hace que nuestro canto tenga sentido. Este canto de amor, poco a poco va llenando nuestro corazón de alegría. Así como en el pasado lo hicieron otros, hoy, nosotros también cantamos la fidelidad de Dios, que permanece de generación en generación.
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