viernes, 15 de noviembre de 2013

Con lágrimas



Me he consumido
a fuerza de gemir;
todas las noches
inundo de llanto mi lecho
riego mi cama con mis lágrimas.
Mis ojos están gastados
de sufrir;
se han envejecido a causa de
todos mis angustiadores
Salmo 6: 6, 7

No sabemos cuál es el origen de este llanto tan copioso, con gemidos de sufrimiento. Un llanto que no cesa, que nos puede parecer exagerado, y sin embargo sabemos que hay situaciones tan agobiantes y oscuras donde el llanto es inevitable. En esos momentos, la sensación de estar en medio de una avalancha de problemas nos deja sin aliento y la oración se silencia.


Todas las noches inundo de llanto mi lecho... ¿es exageración?  Quizás no lo sea.
Hay lágrimas que podrían sumar un océano de pesar. Amargas huellas saladas de dolor, temor, conflictos, arrepentimiento, tortura, desesperación y soledad. No puedo dejar de pensar en las lágrimas de las mujeres junto a la Vía Dolorosa, o las lágrimas de nuestro Señor Jesús, llorando por Lázaro, llorando por la ciudad de Jerusalén y aquellas que no se pueden describir, las de Getsemaní...

Hay también en  nuestros días, un camino que conduce a un mar de lágrimas; ese camino pasa por los hospitales, los campos de refugiados, y tantos lugares de lamentos y llanto desconsolado. 

Cada lágrima es una oración que no pasa inadvertida para Dios, aunque esa oración sólo sea unos ojos húmedos que se elevan a los cielos. Porque así es el corazón compasivo de nuestro Buen Padre, pone las lágrimas de sus hijos en una redoma - (Salmo 56:8)
Por eso el salmista termina sus lamentos, en este Salmo 6, diciendo: 

El Señor ha oído mi ruego;
Ha recibido el Señor mi oración

Fotografía: Paul Martin 

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