¡Alaba, alma mía, al Señor!
Señor mi Dios, Tú eres grandioso;
te has revestido de gloria y majestad.
Te cubres de luz como con un manto;
extiendes los cielos como un velo.
Afirmas sobre las aguas tus
altos aposentos
y haces de las nubes tus
carros de guerra.
¡Tú cabalgas en las alas del viento!
¡Haces de los vientos tus mensajeros,
y de las llamas de fuego tus
servidores.
Salmo 104: 1-4
Nada de lo que digamos parece ser suficiente para alabar a Dios. Nuestras palabras son pobres para expresar lo que Dios se merece. Sin embargo nuestra alabanza a Dios parece ser muy viva y profunda cuando tomamos contacto con la naturaleza. En este sentido, ya sea en la playa, en el campo o la montaña, podemos encontrar las huellas de nuestro Dios-Creador; ellas sensibilizan nuestra alma, nos emocionan y nos permiten meditar con mucha libertad en la grandeza y majestad de Dios, nuestro Padre-Dios. En esos momentos surge en forma espontánea, en nuestro dialogo interno, algo similar a lo que el salmista escribió para nosotros hoy:
¡Alaba, alma mía, al Señor!
¡Señor mi Dios, Tú eres grandioso!
Pintura: William Merritt Chase
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