sábado, 10 de agosto de 2013

Luz divina



Señor y Dios mío,
mírame y respóndeme;
ilumina mis ojos.
Salmo 13: 3
NVI

Señor y Dios. Estamos ante la autoridad máxima del universo y el salmista además la reconoce como propia.

Es significativo observar (en el relato del libro de Génesis) que uno de los primeros actos creativos que Dios realiza es crear la luz. Lo hace porque "la tierra estaba desordenada y vacía".

Ante la luz todo queda en evidencia, nada se puede ocultar, pero también la luz es seguridad, optimismo, fuerza y alegría. Desde este punto de vista es completamente relevante la petición del salmista: Señor, ilumina mis ojos.

La luz es importante en todos los planos de nuestra vida:  La cocina de mi casa es muy luminosa y el lavaplatos (fregadero, bacha) está ubicado delante de un ventanal. Llegué a vivir aquí hace unos seis años. En ese momento me sorprendió darme cuenta que mi loza, vajilla y utensilios de cocina no estaban tan limpios como yo pensaba. La explicación es muy sencilla. La cocina de la casa donde vivía antes, tenía muy poca luz natural.

En nuestra vida espiritual puede ocurrir que nos acostumbramos a ver la realidad con una luz precaria, y entonces nuestra alma se vuelve sombría, se van acumulando "residuos" y lo aceptamos y asumimos como "normal".
La luz del Señor es suficiente para poner orden, traer verdad, calidez y lo que es más importante, nos permite mantener nuestros pasos en el camino correcto, y facilita la comunión con nuestro Señor y Dios. Por eso el salmista agrega que con luz de Dios: "no caeré en el sueño de la muerte"

¡Oh Señor, ilumina nuestro ojos!


Ilustración de Alejandra Karageogiu

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