Me doy prisa, no tardo nada
para cumplir tus
mandamientos.
Salmo 119: 60
¿A quien no le ha pasado alguna mañana que, al despertar, en lugar de levantarse decide quedarse cinco minutos descansando, y luego se da cuenta que ha perdido un tiempo precioso?
¿Por qué postergamos o dilatamos?
En ocasiones nos volvemos realmente indolentes, como si contásemos con todo el tiempo del mundo; con desidia y procrastinación continuamos en un circulo vicioso que es muy difícil de romper.
En el plano espiritual también nos pasa que dilatamos o postergamos para una "mejor ocasión" aquello que en realidad debemos hacer hoy.
El salmista nos anima con su ejemplo a "tomar en serio", con prontitud, sin tardanza ni dilaciones el obedecer a Dios, rendirnos a su soberanía y darle en nuestra vida cotidiana el lugar de importancia que se merece.
Sabemos que Dios tiene mucha paciencia, y que su bondad es infinita. Por estas mismas razones el Apóstol San Pablo nos aconseja en la Segunda Epístola a Timoteo:
"Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado,
como obrero que no tiene de qué avergonzarse,
que traza bien la palabra de verdad"
de la sabiduría popular:
"Nunca hay tiempo suficiente para hacerlo todo,
pero siempre lo hay para aquello que es importante"
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