Con manos limpias e inocentes
camino, Señor, en torno a tu altar,
proclamando en voz alta
tu alabanza
y contando todas tus maravillas.
Salmo 26: 6, 7
NVI
NVI
Este salmo 26 es la oración vehemente de quien reconoce la santidad de Dios. Por eso al inicio el salmista exclama:
"purifica mis entrañas y mi corazón"
Nuestra integridad espiritual comprende todo lo que somos como personas y sólo el Espíritu de Dios puede revelarnos nuestras faltas, especialmente aquellas que se ocultan entre los pliegues de nuestros pensamientos más profundos, en las intenciones y en los deseos del corazón. Tenemos que reconocer que necesitamos la limpieza y el "aseo profundo" que nos capacite para alabar y adorar a Dios con todo lo que somos, tal como está escrito en los mandamientos: "con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente". Recordemos además, que este mandamiento fue reiterado por nuestro Señor Jesucristo.
Todos tenemos una vida "pública" y una "privada", incluso algunos mantienen una vida "secreta". Integridad es una palabra que se deriva de "entero" y cuando hablamos de integridad personal nos referimos a ser honestos y verdaderos, auténticos y sin dobleces.
Cuando acudimos con humildad y devoción, ante el altar divino, el Señor nos limpia, nos devuelve nuestra integridad, nos viste de dignidad y nos invita a "acercarnos confiadamente al trono de la gracias para hallar el oportuno socorro". Luego surge la necesidad de alabar y adorar al Señor; y podemos hacerlo:
Con manos limpias e inocentes
proclamando en voz alta
alabanzas a Dios
y contando todas tus maravillas
Pintura: detalle de "Retrato de Kitty Packe"
de William Beechey
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