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¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo,
Si en mis caminos
hubiera andado Israel!
Salmo 81: 13
La salida de Egipto, del pueblo de Israel, es una muestra de la gran bondad de Dios. Su compasión es infinita y prepara cada detalle de la salida y también el camino que los llevaría a "La Tierra Prometida". Conocemos esta historia y el liderazgo de Moisés, guiando al pueblo por el desierto. Nos conmueven todos los detalles con que Dios los protegió, los alimentó y los guió durante ese viaje que duró 40 años. Lo asombroso es que según los especialistas, teólogos y estudiosos, ese trayecto de Egipto a Canaán, es inferior a 400 Km. Caminando unos 15 kilómetros diarios, lo podrían haber alcanzado en un mes. El salmista nos dice que Dios se lamentó: ¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo...!
La reflexión contenida en este Salmo, todavía tiene vigencia. El salmista nos invita a entrar en una comunión mucho más activa con el Señor. Activa en el sentido de disponernos para escuchar su voz y esperar sus "instrucciones", aprender de su sabiduría eterna y obtener su consejo.
Tenemos que reconocer que la mayoría de las veces nuestro tiempo de oración se resume en alabanzas a Dios, luego una lista de peticiones con nuestras necesidades y, sin importar cuanto tiempo hayamos pasado en su presencia, sólo hemos hablado nosotros. Creo que descargar nuestro corazón en la presencia santa del Señor es valioso y necesario, pero hemos olvidado dar el tiempo y el espacio para escuchar lo que Él tiene que decirnos. No hay duda alguna que Dios recibe nuestra alabanza, escucha nuestras súplicas y se compadece de nuestros dolores, guarda nuestras lágrimas, entiende nuestros sueños y nuestros proyectos. Pero, ¿Qué hay en el corazón de Dios para cada uno de nosotros? ¿Qué tiene para decirme: un consejo... una instrucción ... una corrección... una palabra de Amor...?
¡Oh Señor, enséñame el camino del silencio
quiero escuchar tu dulce voz!
Pintura: Erin Cone
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