Tributen al Señor la gloria que
merece su nombre;
póstrense ante el Señor en su
santuario majestuoso.
Salmo 29: 2
Nuestro Dios es glorioso, santo y eterno, esa es la razón por la cual le rendimos tributo. Nuestra reverencia tiene más relación con amor que con temor, aunque en este salmo la voz y la figura de Dios la encontramos entronizada en la tormenta, en el trueno y las potentes manifestaciones de la naturaleza, aquellas que aun hoy, nos sobrecogen.
Tenemos que reconocer y aprender de la naturaleza que a cada momento, sin pausa, le rinde tributo y obediencia a su Creador. En ocasiones, me parece conmovedor que la tierra siga dando fruto según la ley de siembra y cosecha, que continue el ciclo de las estaciones y que el misterio del cosmos nos siga cobijando; esa es la nobleza de la obra de Dios, vigente a pesar de la intervensión, (a veces perversa) del hombre.
Ya sea en los círculos celestiales, en la naturaleza, o en la voz de sus hijos, Dios merece toda gloria, hona y honor, para siempre.
¡Oh señor, nos acercamos a tu santuario majestuoso
para bendecir tu nombre, con todo nuestro ser!
Tenemos que reconocer y aprender de la naturaleza que a cada momento, sin pausa, le rinde tributo y obediencia a su Creador. En ocasiones, me parece conmovedor que la tierra siga dando fruto según la ley de siembra y cosecha, que continue el ciclo de las estaciones y que el misterio del cosmos nos siga cobijando; esa es la nobleza de la obra de Dios, vigente a pesar de la intervensión, (a veces perversa) del hombre.
Ya sea en los círculos celestiales, en la naturaleza, o en la voz de sus hijos, Dios merece toda gloria, hona y honor, para siempre.
¡Oh señor, nos acercamos a tu santuario majestuoso
para bendecir tu nombre, con todo nuestro ser!
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