Él extendió la mano desde el cielo y
me rescató;
me sacó de aguas profundas.
Salmo 18: 16
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Cuanto más se conoce el mar y la fuerza de las aguas, tanto o más respeto se le tiene. Generalmente son personas imprudentes, con desconocimientos de las mareas y el ritmo del mar, las que perecen en sus profundidades o son arrastradas a lugares
de profundo peligro.
de profundo peligro.
Quien haya vivido la experiencia de sentirse perdido y en peligro en medio de aguas profundas, sabe que el rescate no es sencillo; cada segundo es una eternidad y si quien viene al rescate no está preparado o desconoce las técnicas de salvamento, puede verse en serias dificultades porque la persona que se siente en peligro comienza a dar "manotazos de ahogado" con resultados fatales.
Las aguas de la vida tienen características similares. Son las personas que confían de sus propias destrezas las que comienzan a hundirse en sus profundidades. Cuando el dolor comienza a quedarse y parece traspasar la piel, es cuando se transforma en sufrimiento; nos sentimos sobrepasados y ahogados de dolor y sufrimiento.
En este verso el salmista dice "me sacó de aguas profundas", y entendemos que ha clamado a Dios Todopoderoso por ayuda. Sabemos que Dios desde su majestuoso trono en los cielos, se compadece y escucha el grito de auxilio de sus hijos. El Señor sólo tiene que extender su mano para rescatarnos; Él sabe cómo hacerlo, conoce nuestros puntos débiles; nos rodea con su misericordia haciéndonos sentir a salvo, y nos permite estar en el lugar más seguro que puede existir: junto a Él.
¡Gracias Señor, porque aun de las aguas más profundidades,
Tu nos rescatas oportunamente!
Pintura: Michael Sowa
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