Por tanto, a ti cantaré,
gloria mía, y no estaré callado.
Jehová Dios mío,
¡te alabaré para siempre!
Salmo 30: 12
Alabar a Dios quizás sea la única actividad humana que valga la pena realizar con devoción, con pasión, con alegría de corazón por todo lo que Él nos da.
Mi mayor deseo es que nuestra alabanza tenga ese sentido que el salmista llama ¡para siempre!; una forma gloriosa de eternidad, con un eco en los cielos; elevando nuestra voz para que se una al concierto de adoración con que la naturaleza bendice a su Creador.
He escuchado en más de alguna oportunidad que Dios espera o requiere nuestra alabanza. Pero, considerando lo que dice el Salmo 50: 12 "si tuviese hambre, no te lo diría a ti, porque mío es el mundo y su plenitud", nos damos cuenta que Dios no es alguien que necesite halagos, adulación o aprobación.
Alabamos a Dios porque lo amamos. Es nuestro espíritu que busca la comunión íntima con nuestro Padre Dios. Lo maravilloso es que la adoración a Dios bendice nuestra alma, fortalece nuestra fe anclando nuestra esperanza en los cielos.
¡Oh Señor, recibe nuestra alabanza
porque te amamos!
He escuchado en más de alguna oportunidad que Dios espera o requiere nuestra alabanza. Pero, considerando lo que dice el Salmo 50: 12 "si tuviese hambre, no te lo diría a ti, porque mío es el mundo y su plenitud", nos damos cuenta que Dios no es alguien que necesite halagos, adulación o aprobación.
Alabamos a Dios porque lo amamos. Es nuestro espíritu que busca la comunión íntima con nuestro Padre Dios. Lo maravilloso es que la adoración a Dios bendice nuestra alma, fortalece nuestra fe anclando nuestra esperanza en los cielos.
¡Oh Señor, recibe nuestra alabanza
porque te amamos!
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Ilustración: Constanze Von Kitzing
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