todos los que odian a Sión.
Que sean como la hierba en el techo,
que antes de crecer se marchita;
que no llena las manos del segador
ni el regazo del que cosecha.
Que al pasar nadie les diga:
«La bendición del Señor sea con ustedes;
los bendecimos en el nombre del Señor.»
Salmo 129: 5-8
Estas frases del salmo 129, francamente, preferiría que no existieran en "mi Biblia", aunque me impresiona la total sinceridad con que fueron dichas. Hay un enojo y una ira apasionada que bulle en el alma herida y hace exclamar al salmista: "Que retrocedan avergonzados todos los que odian a Sión".
Es verdad es que Cristo no estaba presente en el escenario donde se desarrolla esta "historia", pero eso no alcanza para disculpar al salmista, porque él podía leer en el libro de Levítico: "No aborrecerás a tu hermano en tu corazón" (libro de Levítico 19:17). También podía leer en el libro de Proverbios: "cuando cayere tu enemigo, no te regocijes, y cuando tropezare no se alegre tu corazón" (Libro de Proverbios 24:17).
Cuando Jesús enseñó, "amarás a tu enemigo" (San Lucas 6:27) no agregó nada nuevo a lo que el salmista ya sabía.
Una cosa quiero rescatar: los salmos no los entonaban los peregrinos que eran perfectos. Eran personas como nosotros, cometían errores tal como nosotros hoy. Perseveraban en el camino pero no eran perfectos.
No sobrevivimos en el camino de la fe, atravesando angustias, enfrentando enemigos, soportando dolores o lidiando con las injusticias porque tengamos una resistencia extraordinaria. Tampoco es por nuestra capacidad de negar o incluso sobrellevar nuestras "cargas". Perseveramos en el Camino porque Dios es fiel; porque Dios no se aparta de nosotros.
Recordemos el estribillo de este salmo:
Mucho me han angustiado desde mi juventud
—que lo repita ahora Israel—,
mucho me han angustiado desde mi juventud,
pero no han logrado vencerme.
el Señor, que es justo,
me libró de las ataduras de los impíos.